viernes, 15 de noviembre de 2013

El mañero

En el pueblo de Licenciado Matienzo vive Roberto, un muchacho que desde chico padece epilepsia. Cada tanto le agarra algún ataque y queda tendido con fuertes convulsiones un rato, hasta que la cosa pasa junto con el susto y el apurón de los que lo acompañan en el momento.
El tipo es medio pícaro, así que en el colegio uso en abundancia el recurso de tirarse al suelo con fuertes temblores, los días que sospechaba que le tocaba dar lección. Como se dio cuenta que los simulacros daban rédito, fue ideando otras astucias, como la de hacerse pasar por ciego en la peatonal de Mar del Plata, para “recaudar” la plata que le permitió vacacionar muy tranquilo, dos temporadas completas.
Hace algunos años viajó con otros compañeros de Matienzo, a disputar un partido de fútbol agrario en el paraje “El Solcito”. Lógicamente, Roberto es un tipo mañero y sucio para el juego. Siempre lo ponen de defensor central y ahí reparte patadas y agarrones a lo loco. Ese día le tocó marcar al 9 de El Solcito. Un chico habilidoso y potente, que las primeras dos veces que lo pasó, terminó convirtiendo, así que a la vez siguiente que el hábil encaró por el medio, Roberto le metió una tremenda patada en la panza, que lo dejó caído sin respiración.
Medio equipo de El Solcito se le vino encima con ganas de matarlo, así que el tipo recurrió a su viejo truco y se tiró al suelo en una tremenda crisis epiléptica. Los compañeros, sabiendo que era un cuento para salvarse de que lo molieran a golpes, se quedaron quietitos mirándolo, hasta que aparecieron dos espectadores del equipo local gritando que había que sacarle la lengua para que no se ahogara. Pero nadie se movió, así que uno de los comedidos, con miedo de que el doliente le pudiera cortar un dedo de un mordiscón en una de esas convulsiones, no tuvo mejor idea que acogotarlo.
-¿Que hacés animal? ¡Sacale la lengua pero no lo matés!– Gritaron los jugadores de Matienzo. Pero el paramédico siguió con la maniobra, hasta que el tramposo no solo sacó la lengua, sino que abrió los ojos, desesperado, y con un hilo de voz le gritó:
-¡Lárgueme señor! Ya estoy mejor-
El tipo lo dejó, contento de haber salvado una vida y Roberto, como de costumbre, zafó del castigo. Eso sí, cada vez que Matienzo visita a El Solcito, se cuida de meter pata y nunca mas tuvo la idea de hacer un simulacro en cancha tan peligrosa.
  

martes, 12 de noviembre de 2013

El mal trago del contador

Entre mis clientes tengo a la firma La Imperial S.A. Esta gente tiene varios campos en la Provincia de Buenos Aires, y hace cosa de tres años compraron otras 15.000 has. en La Pampa.
El lugar era desierto y monte, y los trabajos para civilizar el establecimiento pintaban con ser muy duros, así que eligieron a su mejor hombre, Gervasio Venegas, el mayordomo de La María, para hacerse cargo del nuevo campo adquirido.
Y allá partió Gervasio con su mujer y sus seis hijos a tomar posesión de las nuevas tierras. La casa, a la que conocí varios meses después, era muy grande y cómoda. Fresca en verano y helada en invierno. Pero lo que menos gustó a los nuevos moradores fue que, cosas del criollismo, el “baño”, era solo una letrina, separada de la puerta de la cocina por una veredita de ladrillos. Lo primero que hizo Gervasio fue cerrar la pasada con dos paredes y un techo, para que la excursión hasta el sanitario no fuera al aire libre. Para mas adelante quedó reemplazar el agujero de la letrina por un inodoro y el resto de los artefactos.
La cuestión es que a los tres meses de estar instalados en el campo, se anunció la visita del contador de la empresa. Un porteño bastante “engreído” como me lo describieron después. El día previsto, Gervasio y su mujer trataron de tener la casa lo mas presentable posible, a pesar de las seis fieras que se esmeraban en deshacer todos los arreglos. Casi una hora antes del encuentro, Mancha, la perra lanuda de los chicos, se puso a discutir con el gato Zenón, y en estos desencuentros, el minino no tuvo mejor idea que tirarse en el pozo de la letrina para huir de los mordiscos de su enemiga.
Y el contador que estaba por llegar.
Entonces Gervasio, apurado por las circunstancias, metió un palo largo en el hoyo del baño para que el bueno de Zenón pudiera subir cuando quisiera.
Y el contador que llegó.
Siguieron los saludos y presentaciones, hasta que el viajero manifestó su urgente necesidad de utilizar el sanitario. Casi toda la familia de Gervasio lo acompañó hasta la cocina dándole charla, con idea de disuadirlo, pero el pobre hombre apurado de verdad, cerró tras de sí la puerta del baño. Se bajó los lienzos, algo extrañado con el palo que salía del agujero del “inodoro” y apuntó con sus partes hacia el pozo, logrando un pronto desahogo. Pero se ve que Zenón no disfrutó de aquella lluvia inesperada, así que en tres saltos trepó por la vara y se zambullo en los calzoncillos del contador. El tipo se pegó tremendo susto y solo atinó a subirse los pantalones y correr hacia la cocina a los gritos, dejando atrapado contra sus testículos al pobre felino que maullaba desesperado.

A pesar de que hicieron fuerza, los Venegas no pudieron aguantar la risa. Pero lo mejor de todo fue que la empresa solo tardó dos semanas en construir en la casa un baño con todas las de la ley, a instancias del contador magullado.  

El hombre y el teléfono

  Cualquier empleado de campo, por más rústico que aparezca, anda con su teléfono celular en el bolsillo. La mayoría de los menores de 30 añ...